DIA 14 DE MAIG 2017- DIUMENGE V DE PASQUA (A AC 6, 1-7, 1PE 2,4-9; JN 14, 1-12)
La experiencia de Dios que tiene Jesús es absolutamente singular, única. “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”, dice Jesús en el Ev de hoy. Habla de tal modo de su relación con el Padre, de una intimidad y compenetración tal, que se nos entrega como una relación incomparable, inaccesible para nosotros. Las criaturas buscamos a tientas a Dios y no sabemos cómo ir hacia Él. En cambio, Jesús parece venir siempre del Padre y volver hacia Él como si nunca lo hubiera dejado. Él no viene de abajo, como sus hermanos los hombres, que andamos al encuentro de revelaciones divinas, sino que Él viene de arriba, del cielo, y da testimonio de lo que ha visto y oído como un niño pequeño. Y hasta tal punto se identifica con el Padre, que Jesús “es” la teofanía misma; es decir que el que lo ve, lo escucha y lo toca, ve, escucha y toca a Dios. Todos los grandes místicos intentan purificarse y ascender hacia Dios, llenos de añoranza para unirse a Él, al incomprensible; en cambio Jesús se presenta como la misma unidad, una unidad diferente de la que se puede establecer entre la criatura y el Creador. “El Padre y yo somos una sola cosa” “Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí”. Él, Jesús, no se purifica y asciende, sino que desciende inocente a nuestra impureza totalmente olvidado de sí para entregarnos a Dios; mejor dicho para entregarse como se entiende y como lo que es, como la Palabra viva que el Padre dirige al mundo y cuya misión consiste en ser el grano de trigo que debe morir por el mundo y así dar fruto. Su unión con el Padre es tan intensa, que nunca puede ver, escuchar, hablar o hacer nada por sí mismo, sino sólo a partir de Dios. Su alimento es hacer la voluntad del Padre, de manera que sólo dice y hace lo que ve decir y hacer al Padre. En su humildad, que no reflexiona sobre sí misma, ni busca su propia gloria, Jesús acoge sin reservas a Dios y lo obedece. ¿Y de quién habrá aprendido Jesús la obediencia al amor sino de su Padre? Jesús y su Padre no sólo se quieren, y se aman, sino que son el Amor.
Pues bien, lo asombroso de esa unión de Jesús con el Padre, y esa es la clave del Ev de hoy, es que no se la han guardado para ellos sino que nos la han querido manifestar por el Espíritu. Esa experiencia de Dios que vive Jesús, esa locura inaudita de su relación amorosa trinitaria, no han resistido la “tentación” de comunicarla al mundo y de introducirnos en ella: pero lo que sorprende a Tomás, a Felipe y a los apóstoles de todos los tiempos, es que esa manifestación, esa comunicación, la haga Jesús de modo incomparable a partir de la propia humildad, pobreza y simplicidad. A lo que nunca nos acostumbramos los hombres es a que Dios nos entregue su misterio de Santidad a través del despojamiento y vaciamiento de su corazón; no como si Jesús hubiera de aniquilarse a sí mismo para dejar paso a Dios, como en las grandes religiones, sino, dándose él mismo a nosotros como alimento, como “carne de Dios” (Irineo) e introduciéndonos así en el misterio amoroso trinitario. “Yo en ellos, Padre, y tú en mí, para que sean perfectamente uno” Y es entonces cuando basta ver al Hijo para ver también al Padre; ¡aquél al que nadie puede ver! , es entonces cuando nos basta escuchar a Jesús para escuchar a Dios, más aún para ser suyos y estar en él. Y como si no pudiera pasarse sin nosotros, Dios, el inaccesible e incomprensible, se nos hace accesible por medio de su Hijo y nos introduce en su seno. “Para que allí donde yo estoy, dice, Jesús, estéis también vosotros”. Por eso, permitid que Dios os posea de una vez, dejad que Jesús nos entregue su experiencia de Dios, no os resistáis al Espíritu de amor. Así, cuando os vean, verán también a la Trinidad.
Llorenç Sagalés